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23 de Noviembre 

Memoria Litúrgica de Ntra. Sra. de la Consolación de Sumampa

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Fue a comienzos del siglo XVII.
El hacendado Farías de Sáa, mandó traer desde el Brasil dos imágenes hacia Sumampa.
Una era la Inmaculada Concepción y otra la Virgen de la Consolación.

 

Al llegar al paraje de Luján los bueyes no quisieron avanzar más.

Y ahí quedó la que es hoy la Virgen de Luján.
La otra carreta siguió viaje y al final se perdió de la tropa.

Pero la mula guiada por la virgen, llegó sola a la casa de don Farías de Sáa que la esperaba ansioso.
En el Noroeste Argentino, en la Provincia Santiago del Estero, en la localidad de Quebrachos se halla el pueblo Sumampa Viejo, distante de Santiago del Estero a 238 km.

Está situado en un pequeño valle, rodeado de serranías bajas, y con un origen que se remonta a la segunda mitad del siglo XVI.

A 4 km. se ubica el santuario de Nuestra Señora de la Consolación de Sumampa.

El 23 de noviembre, previo novenario, es la Festividad en honor a la milagrosa imagen que hiciera traer de Brasil Don Antonio Farías de Saa hacia 1630.

Se realizan festejos religiosos y populares, con peregrinos de Córdoba, Santa Fe, Catamarca, Tucumán y Santiago.

También se festeja la fecha de su llegada, el 25 de junio.

Nuestra Señora de la Consolación es venerada especialmente en todo el sur de la provincia de Santiago del Estero, de donde es Patrona, y en grandes regiones de Córdoba, Catamarca y Santa Fe.

Su santuario, erigido hace 300 años, tiene prestigio nacional. 

Portugués de nacimiento, don Antonio Antonio Farías de Sáa estaba radicado en Córdoba y tenía su hacienda en Sumampa.

Compartía una tierna piedad mariana y sintió la necesidad de tener en esas desoladas tierras una imagen que le acompañara y que sirviera para reunir a la escasa cantidad de pobladores que, allá por 1630, habitaban la zona.

En el primer tercio del siglo XVII mandó traer desde el Brasil dos imágenes de Nuestra Señora, finamente talladas en arcilla y cocidas por artesanos de la ciudad de Pernambuco.

Una era la Inmaculada Concepción y otra la Virgen de la Consolación.

El barco con tan importante encargo se llamaba “San Andrés” y llegó al puerto de Buenos Aires en marzo de 1630.

Una vez desembarcadas fueron colocadas sobre dos carros tirados por bueyes y despachadas rumbo al norte por el Camino Viejo hacia Córdoba del Tucumán.

Al llegar a Luján, uno de los carros, el que transportaba a Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción, se detuvo y los bueyes se negaron a seguir viaje.

La historia es por todos conocida y hoy, en las cercanías de ese paraje, se alza imponente la Basílica dedicada a la Virgen de Luján, Patrona de Argentina.

El otro carro siguió su ruta y al llegar a Córdoba, la imagen fue montada en el lomo de una mula para ser llevada a Santiago del Estero.

La historia cuenta que la mula, que integraba una tropa de carga, se extravió al llegar a Sumampa Viejo.

Y por sí sola, sin que nadie la guiase, se encaminó a la estancia de don Antonio Farías de Sáa.

Allí se quedó y no quiso caminar más.

Se le alivió del peso de la imagen, y el animal reinició la marcha.

Vuelta la Virgen sobre la mula y otra vez el animal se detuvo.

De allí se le descargó definitivamente, pues estaba claro que la Virgen había elegido ese hermoso valle para quedarse, en la propia estancia de Don Antonio y a 4 km. de Sumampa Viejo.
El prodigio fue comentado en toda la comarca y pronto comenzaron a acudir sus moradores para rezar frente a la Virgen.

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La virgen es pequeña no mide mas de 20 centímetros de alto y esta sentada sobre una banqueta rudimentaria.

Que a su vez se asienta en un montículo de piedra agregado posteriormente.
La cara es bonita: muy amplia la frente; la nariz recta; la boca delicada; bien trazada la línea del mentón.

Los siglos le han impreso un tinte pálido, medio amarillento, como de marfil viejo.

El artista o mas bien el simple devoto aficionado, han logrado sin pensarlo tal vez, un acierto feliz en un detalle fácil: en los ojos le ha bastado una pincelada tenue, una oblea diminuta y una curva para conseguir una expresión.

Revelación de la mirada: Su mirada es serena firme sin dureza, transparente y diáfana como un cristal.

Por eso mira de frente y de frente con toda confianza se la mira.

La toca blanca: La Virgen de Sumampa cubre su cabeza ligeramente inclinada hacia su derecha con una toca blanca, manteleta o pañuelo grande que cae hasta poco mas abajo de los hombros.

Y esta bien así conforme a la reglas de la modestia que ajustó su vida y a su conducta la moradora silenciosa de la casita humilde de Nazaret.

Donde la vida se deslizaba tranquila y feliz, bajo la mirada vigilante del jefe de la familia, el patriarca San José.

La túnica y el manto: La túnica en la imagen de Sumampa es roja de un rojo oscuro, semejante acaso a la de las vírgenes de Judá, que en los días festivos debía ser de púrpura de Tiro.

Un ceñidor dorado que se anidaba a la cintura.

El manto es azul oscuro asimismo; da una amplia vuelta sobre las rodillas en forma de cubrir todo lo rojo y aparece sembrado con unas hojas sueltas, color oro viejo, que se juntan en grupo de a tres, como se quisieran imitar la flor de lis.

El Niño Jesús dormido: Sobre las rodillas de la Señora duerme en Niño Jesús, de pocos meses de edad.

Los finos labios de la madre parecen haberse pegado con la ultima estrofa de un dulce arrorro en el preciso instante tras vago cabecear, dejando caer el bracito izquierdo hacia adelante.

Para recostar a su hijo María a tendido un pañal, detalle este que por si solo sugiere un largo capitulo de vigilias, de preocupaciones y de ternuras domesticas.

Porque apenas se cabe insinuar que ese pañal es obra de Maria.

Ambiente hogareño: La Virgen de Sumampa es de ambiente mas humano, mas real, con mayor sentido de la vida domestica, que hemos contemplado.

Difunde en torno suyo el halago de la confianza familiar, de la caricia hogareña, insinuante, acogedora.

Hasta se nos ocurre postiza la corona que le asigna la sanción divina de su gloria imperecedera.

Quizás mejor estaría en su lugar el rodete aquel de trapo que ella armaba sobre su cabeza para asentar el cántaro e ir en busca del agua del manantial; ese pachaquil que llaman las mujeres de Santiago del Estero.

ORACIÓN A NTRA. SRA. DE LA CONSOLACIÓN DE SUMAMPA

¡Oh Madre de Dios y Madre nuestra amantísima! Henos aquí postrados ante tu devota imagen de la Consolación, celebrando el fausto día en que quisiste quedarte en compañía de los sencillos corazones que poblaron los solitarios bosques de Sumampa hace tres siglos.

Acosados por el dolor que roba constantemente la paz de nuestras almas y oscurece nuestras alegrías, mendigos somos del consuelo, ¡Oh Reina Inmaculada!

Pero el consuelo eres tú Madre dulcisima, que tienes en tus manos y distribuyes con maternal afecto el tesoro infinito de las gracias, los dones y las alegrías que conquistó con su sangre tu divino Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, y por eso acudimos a ti, para que colmes con tus consolaciones nuestro afligido corazón.

Haz que nunca busquemos el efímero consuelo que emana de las criaturas, sino la perdurable y santa alegría que se funda en Dios, a fin de que celebrando jubilosos tu festividad en la tierra, gocemos después, y por toda la eternidad, el inefable consuelo de tu compañía en el cielo. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

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