
8 de Diciembre
Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María
La Solemnidad de la Inmaculada Concepción es una de las principales fiestas de la Virgen y entre nosotros, tal vez, la que el Pueblo Cristiano celebra con mayor entusiasmo. Celebramos en esta fiesta el día en que los padres de María se unen para dar vida y es ahí cuando se da una especial intervención de Dios: María de Nazaret fue concebida sin mancha de pecado original.

Esta fiesta ya la celebraba la Iglesia desde hace muchos años, pero, hasta el año 1854 no se proclamó como dogma de fe. El Beato Papa Pío IX lo declaró con estas palabras:
"La bienaventurada Madre de Dios, desde el primer instante de su concepción, por una
gracia y favor singular de Dios todopoderoso, en virtud de los méritos de Jesucristo,
Salvador del linaje humano, fue preservada intacta de toda mancha de pecado original".
Dios, después de crear este mundo admirable, creó al primer hombre, y a la primera mujer, para que disfrutarán de las bellezas del mundo que había creado y fueran felices como El mismo lo es.
El deterioro de lo que llamamos pecado original hizo que Dios plasmara un plan para con la humanidad llevando a termino esa obra iniciada por la Redención en Cristo, su Hijo Amado. Como dice san Pablo en la Carta a los Romanos 5,14: "la muerte reinó sobre todos desde Adán". Y el salmo 50 dice: "pecador me concibió mi madre" (Sal 50,7).
La Santísima Virgen también habría de tener el deterioro del pecado original, como todos los seres humanos, pero Dios, en previsión de los méritos de Jesucristo, del cual iba a ser madre, le concedió la gracia de comenzar a existir ella sin pecado. Dios, desde toda la eternidad, la había pensado para ser madre de Jesús.
Por eso cuando su padre San Joaquín y su madre Santa Ana, la engendraron como a cualquier persona humana, Dios interviene directamente aplicándole anticipadamente los méritos de Cristo Jesús y hace que María en el viente de su madre comience a existir desde ese primer instante de su ser natural sin el pecado original, porque la santidad purísima de Jesús exigía que su madre fuera inmaculada, ya que ella le iba a dar su carne y su sangre. El templo que engendraría al Hijo de Dios, de ninguna manera podía estar manchado por el pecado.
Ella correspondió a esta gracia cumpliendo siempre la voluntad de Dios, y toda su vida transcurre sin pecado.

ORACIÓN DE SAN JUAN PABLO II A LA VIRGEN INMACULADA
"Establezco hostilidades entre ti y la mujer... ella te herirá en la cabeza" (Gen 3, 15).
Estas palabras pronunciadas por el Creador en el jardín del Edén, están presentes en la liturgia de la fiesta de hoy. Están presentes en la teología de la Inmaculada Concepción. Con ellas Dios ha abrazado la historia del hombre en la tierra después del pecado original: "hostilidad": lucha entre el bien y el mal, entre la gracia y el pecado.
Esta lucha colma la historia del hombre en la tierra, crece en la historia de los pueblos, de las naciones, de los sistemas y, finalmente de toda la humanidad.
Esta lucha alcanza, en nuestra época, un nuevo nivel de tensión.
La Inmaculada Concepción no te ha excluido de ella, sino que te ha enraizado aún más en ella.
Tú, Madre de Dios, estás en medio de nuestra historia. Estás en medio de esta tensión.
Venimos hoy, como todos los años, a Ti, Virgen de la Plaza de España, conscientes más que nunca de esa lucha y del combate que se desarrolla en las almas de los hombres, entre la gracia y el pecado, entre la fe y la indiferencia e incluso el rechazo de Dios.
Somos conscientes de estas luchas que perturban el mundo contemporáneo. Conscientes de esta "hostilidad" que desde los orígenes te contrapone al tentador, a aquel que engaña al hombre desde el principio y es el "padre de la mentira", el "príncipe de las tinieblas" y, a la vez, el "príncipe de este mundo" (Jn 12, 31).
Tú, que "aplastas la cabeza de la serpiente", no permitas que cedamos.
No permitas que nos dejemos vencer por el mal, sino que haz que nosotros mismos venzamos al mal con el bien.
Oh, Tú, victoriosa en tu Inmaculada Concepción, victoriosa con la fuerza de Dios mismo, con la fuerza de la gracia.
Mira que se inclina ante Ti Dios Padre Eterno.
Mira que se inclina ante Ti el Hijo, de la mima naturaleza que el Padre, tu Hijo crucificado y resucitado.
Mira que te abraza la potencia del Altísimo: el Espíritu Santo, el Fautor de la Santidad.
La heredad del pecado es extraña a Ti.
Eres "llena de gracia".
Se abre en Ti el reino de Dios mismo.
Se abre en Ti el nuevo porvenir del hombre, del hombre redimido, liberado del pecado.
Que este porvenir penetre, como la luz del Adviento, las tinieblas que se extienden sobre la tierra, que caen sobre los corazones humanos y sobre las consciencias.
¡Oh Inmaculada!
"Madre que nos conoces, permanece con tus hijos". Amén.

Eres toda belleza, Maria
y el pecado original no está en tí
Tu, la gloria de Jerusalén, tú, alegría de Israel,
tú, honor de nuestro pueblo,
¡Oh! María, virgen prudentísima, madre clementísima.
Ruega por nosotros,
intercede por nosotros ante nuestro Señor Jesucristo.